JUNÍN OXAPAMPA.
8. LA GOTA ROJA
Es realmente bella, el rostro perfecto, la figura perfecta, su cintura curva, suave y brillante, la voz más dulce que se haya escuchado, el cabello más suave y sagrado que mis manos hayan palpado y tiene los labios más rojos que mi propia sangre, esta que se desvanece entre mis dedos, porque solo la sangre de mis puños hará que las piedras se apiaden y me dejen verla una vez más…
Soy Ananías y esta es mi historia, la prueba de que no estoy loco, en realidad ella existió y quizá aún está viva, atrapada entre las rocas, tarde o temprano la sacaré de allí.
Las mañanas ya no son las mismas desde que se fue, tras su desaparición ya nada tiene sentido a veces parecía verla por instantes oculta entre los árboles. Todo sería perfecto sino fuera porque cuando algo bueno pasa en cualquier lugar del mundo, siempre habrá otro queriendo apoderarse de aquello que es bueno.
Así las tierras de don Ananías se enverdecían más y más, las frutas de su chacra eran muy dulces y de tamaño nada prudente lo que despertó la curiosidad de los vecinos que no desaprovechaban la ausencia del viejo para robarle los duraznos y naranjas que allí crecían distinto a los demás, quizá muy evidentemente se dieron las cosas, pero todo llega a saberse tarde o temprano.
Todo empezó en un caluroso julio de los setenta, cuando aquel campesino decidió irse al río Punchao a bañarse como siempre, después de una jordana atenuante y desgastante, lo único que aliviaba su soledad era esos chapuzones en este río hoy reconocido por el turismo del segundo milenio que arrasó con esta parte del Perú.
Eran las cinco de la tarde y todo estaba calmado, los muchachos de la zona se retiraban a sus hogares para que no les gane la lluvia que se aproximaba y el viejo hombre solo seguía disfrutando hasta la última gota del río, como si fuera a desaparecer en instantes.
La tarde caía y el silencio parecía envolver aquel espacio, el canto de las aves tenían un ritmo unísono, al igual que las caídas de la lluvia.
Cuando de pronto el agua parecía detener su cauce, tenía la apariencia de laguna y no de río que se acrecentaba por la lluvia que caía como cómplice del momento para evitar ser interrumpidos por algún nadador, al ritmo y melodía de la naturaleza el momento mágico empezó, luego de permanecer estático el río aquel, empezó a borbotear, la lluvia formaba una silueta de mujer lentamente mientras las aves solo cantaban para ella, así emergió del agua la más hermosa criatura, de cabello lacio rubio, ojos grises, y una sonrisa que ningún ángel mismo podría imitar.
La hermosa figura de una doncella nacía y con ella algo inusual en el corazón del caballero completamente desnuda, el cabello le cubría el pecho, y de la cadera para abajo un hermoso manto verde claro largo como aleta muy brillante cubría sus “extremidades”.
Se acercó lo tomo de las manos y le suplicó que la acompañase que nunca más estaría solo y ella solo viviría para él como la esposa más fiel de las aguas, y con un dulce beso parecía sellar consumando el pacto, el viejo hombre completamente atónito e inmóvil solo se dejaba llevar por la hermosa criatura, mientras se convencía cada vez menos que una mujer tan bella despierte en él, los sentimientos ya extintos de su viejo cuerpo.
Nadie volvió a verlo la casucha abandonada por seis años y una chacra inexistente debajo del arbusto que daba la impresión de que alguien habría vivido allí años atrás.
Don Ananías solo había pasado seis minutos debajo del río, y pudo conocer no solo a una sino a muchas criaturas igual de hermosas cada una con distintas cualidades y tonalidades en su canto.
Después del corto viaje la propuesta de la bella muchacha era. que para poder quedarse debería entrar por su propia voluntad en una noche de cuarto menguante, ella no aparecería y su fe sería puesta a prueba, aunque sienta ahogarse solo debía confiar
- Aquí te estaré esperando- le dijo
Es así que después de seis años el viejo campesino salió del río y para sorpresa de sus vecinos lo vieron entrar en la vieja choza olvidada y convertida en corral de cerdos, cuatro meses faltaban para la puesta de la luna, así en ese tiempo se dedicó al sembrado y cosecha de frutas, que curiosamente crecían rápido y muy dulces, en pocas semanas el lugar tomó otra apariencia como bendecida, lo que despertó la curiosidad de la gente.
Como todas las mañanas, solitarias Ananías despertaba con el canto de los loros, que a menudo les encantaba destruir la chacra suya, algo habría en esos maíces que los “benditos” no faltaban a tan oneroso festín, el mismo Ananías, prefería dormir en la cabaña que estaba en sus linderos de maíz, que, en su propia y cómoda casa en el pueblo, a tres horas cuesta arriba.
Su cabaña estaba rodeada de ají, col, ruda y otras plantas pequeñas, sin olvidar el viejo árbol de naranja, en el cual solía jugar de muy niño, a sus cuarenta años sin hijos, habiendo librado las más duras batallas de amor y soportado el peso de la soledad, producto de su apasionado romance con el alcohol, que trajeron consigo más de nueve meses de insoportables peleas, discusiones con casi todo el pueblo, por lo que no era muy querido que digamos.
un viejo amigo suyo intentó saber de dónde estuvo por ese tiempo, y porque siempre iba al río cada noche como buscando algo.
Lo espiaba y no desaprovechaba los momentos a solas para robarle las jugosas naranjas al pie de la choza, los meses transcurrían y los murmureos sobre las frutas del viejo Ananías eran la comidilla del pueblo.
Ya no solo era don Claudio sino otros vecinos que llevados por la curiosidad intentaban descubrir los secretos del viejo, algunos decían que había hecho un pacto con el diablo, otros decían que había vendido su alma a los brujos, otros, que había encontrado algún tesoro en el cerro que estaba tras la choza, que por cierto tenía una cueva algo extraña.
Cuando porfín llegó la noche de luna cuarto menguante todo estaba listo, había apagado la lámpara, dejó libres a sus animales y las frutas sobre la mesa para algún viajero que quisiera descansar en su cabaña, alistó su viejo poncho, aunque sabía que no lo necesitaría, se quitó las botas y se internó en el bosque, sentía la naturaleza a viva piel, descalzo, llegó hasta el río, miró la luna hermosa y brillante como nunca y despidiéndole del mundo se tiró al río.
Su rostro sintió el contacto con el agua, las avecillas nocturnas cantaban al unísono. La lluvia volvía a ser su cómplice, el agua empezaba a borbotear, el momento mágico estaba por suceder, hasta que unas manos lo cogieron del cabello, otra de los hombros y la música empezaba a ser ruidosa, el agua y la lluvia se habían ido y con ellos su audición, completamente sordo, solo podía leer los labios de los hombres que camuflados por la noche solo le gritaban y lo sacaban a empujones.
¡Con qué derecho! ¡Por qué!, quienes se creían para robarme mi oportunidad de amar y ser amado, porque el hombre no puede tenerlo todo.
Así atado a su viejo colchón solo gritaba no podían soltarlo porque la rabia con las que vociferaba asustaba incluso a los ronderos, temerosos por su vida, tanta era la ira del viejo hombre a quien le arrebataron el derecho divino del amor sin saberlo.
Pero lo peor estaba por suceder, cuando de pronto vio que uno de ellos tenía entre sus manos sujetando del brazo a una muchacha rubia hermosa de ojos grises, que solo lloraba y no hablaba, los cuatro hombres la tenían del brazo y sus mentes perversas empezaron a distorsionarse, la llevaron arrastrándola hasta la cueva, mientras el viejo hombre solo gritaba maldiciendo la soga que era cómplice de tan cruel bajeza, si tan solo pudiera librarse destruiría sus cráneos con la fuerza de sus manos , esas que no merecen tocar el cielo y sin embrago daban rienda suelta a las bajezas del ser humano, tanta fue la rabia del viejo que logró romper parte de la cama que ala que estaba sujeto y con esa mano dislocada pudo zafarse , cogió una madera y un viejo machete que los ronderos muy confiados habían dejado por el suelo, corrió y corrió gritando:
-suéltenla, suéltenla- quítenle sus asquerosas manos
Suéltenla, son indignos siquiera para mirarla
Cuando de pronto un ruido ensordecedor paralizó el pueblo de Huancabamba
La criatura aún mareada por los golpes en un segundo de lucidez de un solo grito prefirió destruir la entrada a la cueva y no dejar ni rastro de los cuatro sujetos con ella.
Cuando el viejo campesino llegó ya era demasiado tarde, solo golpeaba con sus puños directamente la entrada de la cueva completamente destruida, mientras la sangre que se le escurría por los dedos, suplicante buscaba alguna entrada, gota a gota roja.
Su cabaña en escombros aún está en pie, del viejo cuentan que andaba cabizbajo buscando siempre la forma de penetrar el cerro con sus manos, siempre borracho, desaliñado y loco, las burlas le eran indiferentes aunque la última vez que lo vieron se dirigía al río y no lo vieron salir más, quizá prefirió ahogarse para calmar su pena o tal vez el amor triunfó al final, aunque empiezo a sospechar que no solo una vida fue arrebatada incautamente sino cinco, porque por curioso que parezca algunas personas cuentan que oyen los cantos de una mujer y los hombres siguen desapareciendo…
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